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Hay apodos de apodos.


Hoy este tema me ha estado rondando en la cabeza ya que existen millones de personas a las que no llaman por su nombre y puede que esté ¡bien! De hecho en muchas ocasiones yo lo hago, pero ¿qué pasa cuando el apodo que se le da a una persona es con el valor de agredir demostrando una falla, debilidad o característica diferente?


Creo que todos los que estamos leyendo este post nos hemos topado con alguna persona a la que no le dicen por su nombre: “el flaco” dejó de ser Santiago pues ya nadie lo conoce de tal forma, así pasa con mi hermana: su nombre es Maria José y el 60 % de los que la conocen no saben eso porque simplemente para ellos es cheché y realmente eso no tiene nada de malo porque tanto Santiago como Maria José lo han aceptado positivamente al saber que se los dicen con cariño. También está el caso de muchos de nosotros que hemos tenido que soportar apodos que no son del todo agradables, “la gorda del grupo”, “el cabezón” o “el mocho” son algunos de los sobrenombres con los que cargamos toda la vida solo porque a alguien se le ocurrió que así seriamos la burla del momento y aunque el tiempo pasa y todo se olvida uno siempre carga con eso.


En mi caso me han dicho de varias formas: para mis papás siempre he sido su “tita” y mis amigos cercanos me dicen “mona” lo cual no me molesta por la forma en que lo dicen, pero en el colegio me topé con un apodo que aunque no duró mucho tiempo y casi nadie lo supo si llegó a afectarme.


Estábamos en bachillerato, en un colegio femenino por lo que el bulling era fuerte (no sé porque entre mujeres nos damos tan duro) yo siempre he sido muy amiguera pues mi forma de ser me lo permite, pero conocí a una niña (la cual me reservaré su nombre) a la que simplemente no le caí bien. Las bromas fuertes eran su especialidad y aunque nunca me tocó una, sí vi lo mal que hizo sentir a varias de mis compañeras mientras se las hacía.


Una vez tuve una pelea con ella, en el calor del momento, ella se volteo delante de mi profesora favorita y me dijo:


- Cállate E.T (risas)-


-¿Profe no te parece que ella es igual a E.T el de la película? No solo por fea si no por sus manos (risas)


Yo me quede callada, realmente no supe que decir y más aún cuando mi profesora no dijo absolutamente nada al respecto, por el contrario ella me miró y bajo la cabeza como dando aprobación a lo que ella decía. En ese instante se me desmorono todo, sentí ganas de llorar, ganas de salir corriendo pero como no iba a darle gusto, apreté los ojos y dije:


-“E.T que buen apodo ¡cómo no se me ocurrió antes!” -


Salimos a recreo y me encerré en el baño a llorar y aunque varias de mis compañeras se dieron cuenta ninguna volvió a repetir al odiado E.T porque sabían que la intención del apodo era hacerme daño. Ese día murió el sobrenombre.


Ella lo único que buscaba era ponerme en ridículo y eso es lo que hacen la mayoría de sobrenombres, por eso es que me inquieta tanto hablar de esto hoy y aún más porque no importa si tienes alguna malformación o no, este fenómeno social es un tema al cual estamos expuestos todo el tiempo.


Debemos ser conscientes de cada cosa que decimos pues muchas veces las palabras pueden llegar a ser más fuertes que un golpe y no sabemos hasta qué punto podamos llegar a perjudicar a alguien o lleguemos a hacerlo sentir mal porque sencillamente a alguien se le ocurrió generarle un apodo…

Es posible ser mejores personas, es posible dejar a E.t a un lado


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